La recopilación de estadísticas específicas sobre género de los últimos años ha confirmado dos cosas: la mayoría de las personas pobres del mundo son mujeres, y ellas tienen la abrumadora responsabilidad de alimentar a hombres y niños hambrientos, y a sí mismas. Cultivan, cosechan y cazan o pescan los alimentos para la familia, llevan agua y leña a la casa, y preparan y cocinan los alimentos. Donde las personas rurales pobres tienen suficiente para comer, es en gran medida muy a menudo gracias al esfuerzo, aptitudes y conocimientos de las madres, esposas, hermanas e hijas.
Pese a esto, estas mujeres son las últimas que tienen acceso a los recursos, a la capacitación y a los préstamos financieros. En muchos países, las dificultades de las mujeres rurales están empeorando, conforme los hombres jóvenes y en buenas condiciones físicas parten hacia las ciudades a buscar trabajo. Las mujeres que quedan en sus localidades luchan por criar a sus hijos y hacerse cargo solas de sus fincas. Hoy en día en algunas regiones de Africa el 60 por ciento de las familias están a cargo de las mujeres.
El mensaje del 15 de octubre de 1997 –día anterior al Día Mundial de la Alimentación - es que la inversión en la mujer rural significa invertir en la seguridad alimentaria. Un análisis del Banco Mundial indica que la inversión en proporcionar instrucción a las mujeres y las niñas tiene los rendimientos más altos respecto a cualquier otro tipo de inversión en los países en desarrollo. Entre sus resultados figuran una productividad más elevada, crecimiento demográfico menor, tasas de mortandad infantil reducidas y una mayor conciencia, así como utilización de medidas de protección del medio ambiente. Investigaciones llevadas a cabo en Kenya mostraron que las campesinas que habían terminado la enseñanza primaria ganaban 24 por ciento más que las que no la habían concluido.
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