Por Eva Giberti
Hace años nos mandaban por carta “cadenas” encomendándonos a santos y a figuras sagradas con una advertencia: “Envíe esta cadena a diez amigos y no la corte porque Fulana que la interrumpió tuvo un grave accidente el mismo día que tiró la carta”. Ahora aparecen mediante los correos electrónicos. Por ejemplo, contamos con una que incorpora el logotipo de la Policía Federal Argentina destinada a “prevenir la violación de mujeres” y que finaliza con un pedido: “Envíe este material a las mujeres que conozca y también a los hombres, que a su vez pueden reenviarlo a sus amigas, esposas, hijas, novias, en fin... Son cosas simples, pero pueden evitar traumas y hasta salvar una vida”.
Este admonitorio final está precedido por una pretendida estadística: se habría entrevistado a 750 violadores para descubrir cómo eligen una víctima potencial. Así nos enteramos de que los violadores antes de elegir a su víctima analizan su peinado: “Es más probable que ellos ataquen una mujer con un peinado tipo cola de caballo, trenzado o cualquier otro peinado que sea posible tironear más fácilmente. También que ataquen mujeres con cabellos largos. Las mujeres con cabellos cortos no son blancos comunes”. Afirmación que torna recomendable el corte de cabello casi al ras del cuero cabelludo.
Los violadores también observan si la mujer lleva ropa “fácil de arrancar rápidamente”, lo cual garantiza el éxito de los jeans apretados (contra todo consejo ginecológico que advierte en contra). Los horarios del día que preferirían los violadores: “Entre las 5 y las 8.30, y después de las 22.30”. Es decir, que durante el resto del día no existirían riesgos ciertos.
Un capítulo aparte está destinado a los paraguas: “No atacan mujeres que cargan paraguas u objetos que puedan ser usados como arma a una cierta distancia”; las más expuestas son las que empuñan celular y están distraídas.
El documento que circula por Internet, y que algunas organizaciones difunden, tiende a crear la ilusión de claves para “no ser violadas”, para “quedarse tranquilas” siempre y cuando se corten el cabello, enarbolen un paraguas cuando andan por la calle, utilicen ropa “difícil” de arrancar (y obviamente que no sea provocativa), salgan de sus casas después de las 9 y regresen antes de las 22.30 y jamás utilicen sus celulares fuera del hogar (recordemos que las estadísticas evidencian que el 60 por ciento de las violaciones está a cargo de conocidos y familiares). Y siempre deben obedecer sus instintos (los de ella): “Esté siempre atenta a lo que pasa detrás suyo. Si percibe algún comportamiento extraño, siga sus instintos. Es preferible quedar medio desubicada en el momento, pero tenga la certeza de que quedaría mucho peor si el sujeto realmente atacase”. No se le vaya a ocurrir que, de acuerdo con las actuales propuestas de Naciones Unidas, las mujeres debemos exigir ciudades seguras. En cambio se trata de cuidar personalmente la propia retaguardia y revolear un carterazo hacia atrás, por las dudas. Interesa la valoración de nuestros instintos que nos conducirán a llevar el cabello como más nos guste, vestirnos como queremos, pasear por las calles de nuestras ciudades a cualquier hora y hablar –celular mediante– cuando transitamos avenidas y empedrados. O sea, hacer lo que mejor nos parezca.
Como tengo a mi cargo un Programa –que depende del Ministerio de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos– que se ocupa de la atención inmediata de mujeres víctimas de violación, harta de leer estas recomendaciones que enmascaran descalificaciones y agresiones contra el género, decidí preguntarle al jefe de la Policía Federal si este decálogo provenía de esa institución. La desmentida, por escrito, fue rotunda. Esa página que ostenta el sello oficial de la institución no fue creada oficialmente por ella. Esa aclaración ya figuraba en Internet.
¿Por qué logra semejante éxito de distribución un texto que es denigratorio de la inteligencia de las mujeres? ¿Existirá una estadística realizada a 750 violadores seriales o principiantes con preguntas del tipo: “Usted, ¿cómo elige a su víctima?”. O bien, aplicando la técnica de la pregunta indirecta, seleccionando entre sus respuestas las que serían sus preferencias. En nuestro país, ¿contamos con múltiples equipos de profesionales destinados a analizar las características de los violadores? De lo que estamos seguros es de que de acuerdo con sus derechos se los deja en libertad después de haber cumplido con un tiempo de condena, y posteriormente los reencontramos como reincidentes. Pero ése es otro tema. También es otro tema la desconfianza que la víctima despierta en algunos ámbitos judiciales, suponiendo que no existió violación sino consentimiento; existe cierta conexión entre el documento que analizo y, desde otra perspectiva –semejante–, suponer que la víctima pudo evitar la consumación del delito (como se lo “enseñan” las recomendaciones mencionadas).
La estrategia encubierta del documento –y que abunda en otras consideraciones– apunta a recordarles a las mujeres que somos violables. A enfatizar la figura temible del violador como algo inevitable, poderoso, inextinguible a través de los tiempos y además recordarlo reiteradamente, en la pantalla de la computadora, para que no nos olvidemos que nuestros cuerpos son sustancias deseables para ejercitar el abuso de poder que sostiene el placer del violador. Al que tampoco le importará nuestra vida, como claramente lo dice la advertencia final que se dirige a los “hombres buenos” para que les enseñen a las mujeres cómo cuidarse.
Se trata de infundir miedo y no de advertir que efectivamente los violadores andan sueltos y que cada uno aplica su propia modalidad, de manera que aconsejar defenderse –como exitosamente pueden contar algunas mujeres– tiene su contrapartida en los violadores armados dispuestos a otra clase de ataque.
Por el contrario, existe buen cuidado de no difundir que es necesario identificar a los violadores y detenerlos, para lo cual contamos exclusivamente con el testimonio de las víctimas.
“¡Ah, sí! ¡Pero cuando una mujer violada concurre a la comisaría, le hacen preguntas que una no está en condiciones ni en ánimo de contestar!” Así sucedía y quizás ocurre en alguna región. No sucede de ese modo en la Ciudad de Buenos Aires, donde la Policía Federal, ante una mujer violada que recurre a la comisaría más cercana del hecho, tiene la obligación de llamar al Equipo Especializado que atiende Violencias contra la Integridad Sexual. Llegamos a la seccional velozmente para que esa víctima sólo deba dialogar con la psicóloga y la trabajadora social que se hacen presentes. Y hablan con ella el tiempo necesario antes de trasladarla al hospital donde se la asistirá, ya que se trata de impedir la infección del VIH y un posible embarazo.
A partir de allí se la acompaña y se espera que durante las primeras horas esa mujer se recupere y pueda:
- mantener la denuncia;
- identificar al violador, ya sea en las pantallas donde figuran registrados los conocidos o mediante un identikit.
No será eficaz continuar reclamando la detención de los violadores si las víctimas no asumen estos dos momentos, si no se las asesora para que puedan reconocer que son parte de un problema mundial, social y de género, en el cual han quedado comprometidas por solidaridad con otras mujeres y que puedan colaborar en el esclarecimiento a cargo del equipo formado por otras mujeres. Las víctimas de violación, como ha sido comprobado, pueden ser personas activas y luchadoras solidarias cuando se las acompaña en el reclamo ante el Estado que tiene la obligación de detener a los violadores. Una vez detenidos, discutiremos otros temas.
Las víctimas que, sobrepasadas por el asco y el sufrimiento, recurren a su domicilio para bañarse, anulan definitivamente la posibilidad de localizar al delincuente, porque borran la huella seminal que contiene el ADN orientador para localizar al sujeto. Pero no es esta advertencia la que circula por Internet sino la recomendación –de corte fetichista– que apunta al largo de sus cabellos y al emblema fálico del paraguas en ristre.
Entre las “protecciones” de ese documento no figura, por ejemplo, algo que la experiencia demuestra fundamental: no subir sola a un ascensor con un desconocido y no abrir la puerta de calle del consorcio a un sujeto que “casualmente llega en ese momento”. Tampoco se habla de decidirse a denunciar al familiar o al amigo de la familia que la acorraló aprovechando la confianza o convivencia; en estas violaciones, el delincuente ha tenido tiempo para estudiar sus costumbres y cuenta con “la ventaja” de la que supone discreción de la víctima “para no crear un problema familiar”. Sabe también que ella no gritará “¡Fuego!” como recomiendan los protectores que escribieron ese documento.
La difusión de textos como el que menciono –que además utilizan el logo de la Policía Federal– tiende a confundir a la comunidad y a promover una imagen de desvalimiento de las mujeres, impregnada por la creencia en la estupidez del género, que se supone repetirá esas afirmaciones sin verificarlas.
Sugiero atención permanente frente a quienes pretenden cuidarnos. Recordemos la antigua consigna: “Sáquennos las manos de encima si quieren acompañarnos”.